La Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 supuso una revolución en el urbanismo de la ciudad. La fisonomía de la ciudad cambió dramáticamente y aparecieron nuevos monumentos que se han erigido en símbolos indiscutibles de la ciudad, con la Plaza de España a la cabeza. Entre el legado de aquel episodio se encuentra también el Pabellón de Argentina, una curiosa mezcla de estilo indígena peruano y boliviano con el neobarroco de la primera mitad del siglo XX.
Como es habitual en la arquitectura regionalista sevillana, dominan el eclecticismo y el historicismo. Así que el conjunto respira un aire barroco, pero se integran elementos decorativos iberoamericanos y mestizos, propios del estilo colonial, y se emparentan las arquitecturas mudéjar, romántica y americana. Todo en un imponente edificio, pretendidamente asimétrico, que se levanta poderoso en el Paseo de las Delicias, frente a la glorieta de Buenos Aires, evocando las grandes mansiones sudamericanas.
Entre sus particularidades destaca la portada, muy elaborada, como si fuera un gran retablo barroco, así como los artesonados y columnas de madera, los azulejos y las pinturas de Gustavo Bacarisas en la decoración de los muros.
El pabellón se utiliza actualmente como conservatorio de danza y comunica con una de las zonas de ocio más pujantes de Sevilla, el Muelle de las Delicias.