El 1 de noviembre de 1755 se desencadenó en el océano Atlántico, a unos 370 kilómetros de Sevilla, uno de los terremotos de mayores proporciones de la historia. Tanto por la duración del seísmo, de tres minutos y medio a seis minutos, como por el área geográfica a la que afectó, pues el maremoto que causó alcanzó desde las costas del norte de África a las de Finlandia. Los científicos calculan que habría alcanzado la magnitud 9 en la escala de Ritcher. Tan demoledor fue que supuso el inicio de la investigación sismográfica. En Sevilla tuvo un notable efecto derrumbando parte del caserío y afectando a algunos de sus edificios más insignes, pero acaso tuvo más impacto en las leyendas de la ciudad.
Los daños personales, de hecho, fueron escasos. El gran terremoto que había devastado las costas de Huelva, Cádiz y Marruecos, además de asolar Lisboa (que dio nombre a la catástrofe), apenas causó víctimas en Sevilla. En la documentación conservada en el Archivo Municipal de la ciudad queda constancia de los daños causados: 333 casas destruidas, 4.949 apuntaladas y con necesidad de reparación y 9 personas perecidas. Además, 105 templos quedaron afectados, entre iglesias, conventos, hospitales, ermitas, la Real Aduana, puertas, torres y murallas.
En la Catedral de Sevilla cayeron barandas y remates, algunas hacia la calle y otras hacia las cubiertas. También sufrió la Giralda, pero se mantuvo en pie y ahí surgió una de las leyendas sevillanas que atribuye a un milagro de las Santas Justa y Rufina que el antiguo minarete quedara a salvo.
A raíz del suceso se prohibió la circulación por algunas calles sevillanas durante casi año y medio, bajo pena de un mes de prisión y 50 ducados de multa. En recuerdo del cataclismo se erigió el monumento del Triunfo en la plaza del mismo nombre, junto al templo gótico, para celebrar el reducido balance de víctimas.