«El más grande pintor que jamás ha existido», al decir del impresionista Manet, nació en Sevilla en 1599. El día exacto no se conoce, pero sí que fue bautizado el 6 de junio en la Iglesia de San Pedro. Se inició en el dibujo y la pintura en su ciudad natal con un profesor estudioso e influyente en el arte de la época, y bien relacionado en los círculos eclesiásticos, como fue Francisco Pacheco, que acabó siendo su suegro. Llegó a la corte joven y promocionó con rapidez, convirtiéndose en pintor de cámara de Felipe IV. Este oficio privilegiado recluyó su obra hasta que, descubierta de manera tardía, fue aclamada de manera unánime como la de uno de los mayores genios de la pintura universal.
Las meninas o Las hilanderas son sus obras más reconocidas, realizadas en su etapa de madurez. Antes había pintado otros lienzos claves en su trayectoria como La rendición de Breda y el retrato del príncipe Baltasar Carlos a caballo, en todo caso después de su primer viaje a Italia, que influyó notablemente en su técnica y en su temática. La fragua de Vulcano, de la que se dice que fue pintada en aquel país, marca el punto de inflexión. La Venus del espejo, otro de sus cuadros más aclamados, se atribuye a su segundo viaje al país transalpino. En conjunto, un maestro de la luz, del realismo, una figura determinante en el barroco español y uno de los más brillantes pintores de la historia.
En Sevilla, la ciudad más rica y poblada del país, puerta y puerto de América, Velázquez vivió su infancia y su juventud. Dio muestras tempranas de talento y pronto superó a su maestro. Antes de los 18 años aprobó el examen que le permitía ingresar en el gremio de pintores y antes de los 19 se casó con Juana, hija de Pacheco. Se marchó a la corte en 1623.
Como genio universal, la obra de Velázquez está repartida por las principales pinacotecas del mundo. En Sevilla se conserva algunas obras como las que reúne el Centro Velázquez de la Fundación Focus Abengoa, en el Hospital de los Venerables.